martes, 9 de noviembre de 2010

UNA PLAZA, MUCHAS HISTORIAS

Las plazas de pueblos y ciudades en Colombia, históricamente han sido lugares donde sus habitantes se encuentran en su cotidianidad. La Plaza Pizarro en Florencia no es la excepción.

John Fredy Nagles Soto
Corporación JURACO
Florencia - Caquetá


En la afamada Plaza Pizarro de Florencia se encuentran historias de aquí y de allá. Así como las traídas por este céntrico parque, así mismo son los paisajes sonoros que recorren otras plazas y hacen de la vida popular, la otra mirada de la Colombia que no se ve, pero que viven y sienten los ciudadanos de a pie.

Culebreros con improvisados discursos médicos, vendedores de minutos, pintores callejeros, artistas de la escenografía popular y emboladores, en últimas, contadores de historias que entretejen vivencias de un pueblo que se aproxima a ser ciudad: Florencia.

La Colombia invisibilizada por los medios masivos es la que nutre el diario vivir de la Plaza central de Florencia. Así como el Parque Central Santander en Neiva, a la Plaza Pizarro llegan los dos extremos de la situación: Los que se reúnen a hablar desde su desespero por no tener “camello” y los que llegan a comentar, desde su “comodidad” como pensionados, de la situación en la actualidad.

Entre el humo, relatos de ferrocarril

Uno de ellos es don Ángel, que con 72 años, algunas veces pasa por La Pizarro a departir con otros contemporáneos de sus vivencias como pensionado de los antiguos ferrocarriles que una vez rodaron por los rieles de Colombia. El tiempo pasa taciturno en su vida, mientras el viejo consume su cigarro que, al paso de los años, ha hecho de su bigote blanco una percudida y amarillenta brocha.

A la edad de 17 años llegó a habitar Florencia. “Yo soy de armenia y trabajé casi toda mi vida conduciendo locomotoras en los 60’s, 70’s, ya no recuerdo”, compartió el pensionado, mientras lo atiborraba de humo.

Durante la dura vida del viejo ferroviario, solo quedan los tiempos cercanos a su dolorosa muerte: “Me pronosticado cáncer de pulmón hace dos años y pues aquí, esperando…”, solo eso y, en silencio, dejo de hablar del tema.

Sueños por cumplir, retos por superar

Mirando otros contornos de la misma Plaza, se divisa un grupo de jóvenes a pocos metros del árbol bajo el cual se sienta don Ángel y los demás pensionados. En el grupo de jóvenes, se encuentra María y otros chicos y chicas que aguardan a otros “parceros pa’ ir a joder la vida”, comentan; para ellos, un rato para desestresarse del camello. Los viernes, son los días en los que La Pizarro más se llena de gente, sobre todo de jóvenes.

María, de 20 años, sueña con entrar a la universidad pública. Le gustaría estudiar arquitectura pero no le alcanzó el puntaje ni la plata para estudiar en otra parte. “Vamos ver que me pongo a hacer porque no tengo un trabajo que paguen bien: solo gano 15 mil pesos por noche como mesera”.

El compartir con otros la distrae de temas que la agobian cuando está sola, dice. Y le preocupa si sabemos que en su casa, su mamá la espera con su linda chiquita de 2 añitos; “ese es mi mayor preocupación”, expresó. A esta situación, se suman centenar de los jóvenes que viven a diario el calvario del desempleo en Florencia, una de las 12 ciudades del país con el mayor índice de desempleo en Colombia.

Una vida con sepia y aerosol

“Recorro las calles pintando desde hace 12 años”, relata Arnobis Quivano, pintor bogotano por pasión pero no por profesión porque a la escuela de arte nunca fue. Llegó a Florencia hace cuatro meses con el ánimo de recorrer los recónditos rincones de Colombia vendiendo su arte, su vida.

“Este arte lo aprendí en Bogotá. Allí están todos los artistas. De allí, me desplacé a varios pueblos y ciudades. Seguí pintando y, como miré que me iba bien, entonces tomé la decisión de seguir pintando hasta el día de hoy”, cuenta intimidado por la grabadora que capta el relato que nunca antes había sido registrado. “Nunca antes me han entrevistado. Me han preguntado cosas sobre el arte pero nunca me han grabado”, aseguró.

Mientras con sus dedos entintados recorrían la superficie del papel dando origen a la nueva obra, él cuenta sobre esta: “La técnica la he llamado sepia. El color se llama roble. Es a base de gasolina y se pinta sobre papel propalcote y ahí se trabaja la imagen. La pintura roble y el propalcote dan el color café o sepia que usted está viendo. Si no se trabaja sobre este papel entonces no le da el color deseado”, explicó.

Arnobis dice que trabaja otras técnicas como al oleo, en aerosol y en sepia. Sin embargo, ahora cogió la técnica de la sepia porque es algo nuevo para él y, por tanto, es un arte que la gente no lo ve todos los días, aseguró. “Yo primero comencé con aerosografía, pero ya no me gusta porque son mejores las técnicas nuevas. Por tal razón, escogí la sepia. Si luego sale algo mejor que la sepia, dejaré de pintar esto y pintaré de otra manera” relató.

El ladón de sonrisas

Pero sin dudarlo, la discordante verborrea que Jesús González, o “Repollito” como mejor gusta que le conozcan, es la que mas convoca a chicos y grandes. Las ocurrencias de éste artista callejero, que con 25 de su paso por la vida de los que ha dispuesto 15 en “callejear” con su arte, se perfila como uno de los personajes más ocurrentes en este viaje a la resumida Colombia que se vive en Plaza Pizarro. “¿Por qué me gusta que me llamen Repollito? Porque divierto a grandes, pequeños, cachetoncitos. Siempre se tratará de hacer reír a la gente”, dijo.

Repollito es un artista callejeros original de Buga, Departamento de Valle, pero criado en Florencia, aseguró. “desde muy pequeño me gustaron los payasos y los circos. Una vez trabajé en un circo y éste me dio un avance, me dio más experiencia y decidí trabajar por cuenta propia porque en un circo lo explotan mucho a uno y lo tratan muy mal. Si el artista se sabe defender, pues sale y guerrea en la calle. En la calle es más duro porque hay que convocar con el mero talento. En el circo, si usted es malo, la gente la tendrá hay en la carpa y los compañeros le ayudan. Pero yo aquí solo… eso es duro, pero me gusta”, relató el experimentado joven payaso.

Según su relato, en Plaza Pizarro se encuentran rostros sonrientes, amargados, pensativos, con problemas, de todo un poquitico. Uno llega a todas las ciudades uno busca siempre es el parque central. Aquí es donde todos llegan cuando se la gente termina su jornada laboral o cuando se han terminado todas las vueltas del día, siempre la idea es venir a este espacio para encontrarse con otros y llegar a casa juntos”, aseguró.

Las historias tejidas por la sonrisa

Al termino de la jornada y luego de pintar desde las tres de la tarde, a Arnobis le fue bien, se hizo 40 mil pesos. Con paciencia recoge su material junto a los dos únicos que le quedaron sin poderlos vender. Levantó su material y mira a ver que acontece al otro extremo de la plaza. Con algo de aburrimiento, luego de pasar media hora aproximada departiendo con sus amigos y amigas, María decide irse a ver a su nenita, pero sin antes detenerse en la multitud que ríe a más no poder. Lo propio hizo don Ángel que, a diferencia de otros tiempos, a la Plaza Pizarro hoy llegan más personas de lo acostumbrado.

Uno a uno, propios y foráneos hicieron de aquella tarde algo no usual en la Plaza Pizarro. La risa despertada a los espectadores por Repollito hizo que todos, independientemente de su condición social, origen, condición socioeconómica o edad, pudieran entremezclar sus duras vidas a través de una sonrisa.

Estas son las vidas que se tejen unas a otras, que pasan, llegan y se van en esta, otra de las plazas centrales de urbes que una vez fueron pueblos y que hoy crecen a ciudades con más historias alimentadas por la gente entre lo que viven en miras a construir lo soñado. JURACO/PRENSA

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